8/4/13

LA JUSTICIA ESPAÑOLA

Siendo mozo aún, hube de asistir a un juicio de faltas, en representación de uno de mis hermanos que se encontraba hospitalizado y no podía acudir. La policía municipal lo había pillado, tiempo atrás, conduciendo un ciclomotor sin la preceptiva licencia y terminaron empurándolo.

Sentado en la primera fila, yo era todo el público asistente. Vacío, frente a mí, se hallaba el banquillo de los acusados y, sobre una tarima, ataviados con sus togas de riguroso negro y bocamangas de puntillas, serios y circunspectos, los representantes judiciales.


Tres cosas se me quedaron grabadas para siempre de este primer contacto con la justicia española.

1) La contundente orden del juez diciendo:

- ¡Ujier!... Grite usted "audiencia pública" y cierre la puerta.

2) Las rimbombantes felicitaciones y parabienes del letrado defensor (el decano del gremio, para más señas) al nuevo representante del ministerio fiscal, que se iniciaba en esas lides, y el consiguiente agradecimiento de éste, en el mismo empalagoso lenguaje. Un pasteleo en toda regla.

3) El exabrupto del que, se suponía, era el abogado (de oficio, pero defensor) de mi hermano que, ante su incomparescencia, gritó airadamente:

- ¡Pues ahora mismo mando a la Guardia Civil a buscarlo!


Hice valer el certificado médico que lo eximía de presentarse; lo que pareció calmar de golpe al señor letrado, y comenzó entonces lo que, desde mi óptica, califiqué como una especie de ópera bufa que, representada en escasos minutos, terminó en simple multa.

“Qué pérdida de tiempo y de recursos”, pensé para mis adentros.

Y fue hoy, después de tantísimos años, cuando, observando la que está cayendo sobre la justicia española: jueces apartando de la carrera a jueces, jueces peleándose por un mismo caso, jueces politizados, jueces corruptos... mis pobres mientes, alteraron aquella primera frase del juez... inconscientemente (lo juro) para hacerle decir:

- ¡Ujier!... grite usted "vergüenza pública" y cierre la puerta.


"¡¡¡Puñetas!!!"... grité para mis adentros. Y no me refería a los encajes o vuelillos de sus bocamangas, no.

Miguel Ángel G. Yanes

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