27/5/12

CASIANO

Hoy me voy a permitir la "liberté" de hablarles de un amigo de la época escolar: Casiano Expósito Riera, quién, desde Alemania, a donde tuvo que regresar nuevamente en busca de trabajo, es asiduo lector de mis blogs.

Durante unos años, al poner de moda algunos enseñantes aquella novedad del trabajo en equipo, Casiano y yo formamos un buen tándem, al que solía unirse a menudo Santiago Mesa Molina ("Santi el Cabeza")  que, dicho sea de paso, me apodaba "Rosendo", en plan de guasa, por mi eterna afición a contar todo tipo de historias, reales o inventadas. Nunce llegué a explicarle que quién contaba "batallitas", con su inteminable verborrea, era el abuelo y no Rosendo, de la célebre familia Cebolleta, cuyas viñetas aparecían semanalmente en la revista DDT.

















Solíamos reunirnos en casa, donde era todo un espectáculo para la chiquillería, ver llegar a "Santi" a lomos de la Ducati 50-TT, de la que siempre estuve enamorado. Ocasionalmente, algún que otro compañero se unía también al grupo y, siempre con cuidado de no pisar las alfombras de la habitación (por lo visto mi abuela y la de Casiano tenían las mismas manías) nos dedicábamos a sacar adelante la labor escolar.

De aquella época no recuerdo a todos los compañeros, pero... si me esfuerzo un poco, algunos salen a la luz: Juan Pedro Pérez Pérez, José Ramón Morales Gómez, David Rodríguez Pérez, José Carlos Domínguez Carrillo, Pedro Luis Leal Mujica, Miguel Ángel Expósito Noda, Joaquín Vizcaíno Sosa, Jesús Espila Noda, Domingo García Márquez, Juan González Sosa, Pedro Pérez García, Antonio Casañas del Amo, Lorenzo Jesús Hdez. Díaz, Mario Henry Luque, Louis Ronald Berg, Miguel Ángel Castilla, Fernando Álamo, Domingo Plasencia, Jaime Allende, Juan José Delgado, José Manuel Valdivia, Antonio García, José Luis Núñez, Miguel Ángel Polidura, Ricardo Blanchard, Alberto Khoury, Juani Muñoz, Enrique Casañas, Rafa Aguilar, Fernando Montelongo, Lorenzo Carballo... Linares... Marín... Marichal... Fumero... Arzola... Néstor... Sixto... Eleuterio... Hipólito... Pancho... Julio... Tomás... y tantos otros que ya se difuminan en mi memoria.

Cursamos, en el Colegio Cervantes de Santa Cruz de Tenerife lo que, según el plan escolar de 1957, se denominaba Bachillerato Elemental y que abarcaba aproximadamente entre los 11 y los 14 años de edad. Ése era el tope de enseñanza permitido por el Estado a dicho centro. Eran cuatro cursos y una reválida posterior que se efectuaba, físicamente, frente a un tribunal, en el Instituto Nacional de Enseñanza Media más cercano y que, de aprobarla, nos abría las puertas del mismo, para poder hacer allí los dos cursos del Bachillerato Superior, su correspondiente reválida y el recién estrenado C.O.U. (Curso de Orientación Universitaria) que había venido a sustituir al antiguo Preu (Preuniversitario)

Recuerdo que a la hora de ingresar en el Instituto, existía la posibilidad de decantarse bien por la rama de Ciencias o la de Letras. Y yo, ingenuo de mí, que tenía cierta facilidad para Letras, desoyendo los consejos de nuestra profesora de literatura, la Srta. Fuencisla, elegí Ciencias como el resto de mis compañeros; más que nada por no desgajarme del grupo y verme solo. Craso error, propio de la inmadurez de la edad.

Fue en ese "impasse" de la decisión cuando mi amigo Casiano me comunicó que él no seguía. Sus padres estaban trabajando en Alemania e iba a reunirse con ellos, con la idea de labrarse un futuro más prometedor de lo que ofrecía el régimen franquista. Corría 1969: año infausto para mí. Perdí no solo un amigo; también fallecía mi madre con sólo 39 primaveras, dejando atrás esposo y cuatro hijos.

Pasaron los años, abandoné los estudios, comencé mi vida laboral y nunca más volví a saber nada de Casiano, hasta que, en octubre de 1976, cuando nos llamaron a filas (¡claro!... éramos de la misma edad) volvimos a tropezarnos, entre humo y alcohol, en el vagón de un tren que nos trasladaba desde Zaragoza hasta Alicante. Una vez allí, volví a perderle la pista.

Ya en los 90, contando Laura, mi hija, tres o cuatro años de edad, apareció un día un motorista, tocado con un casco integral de color rojo, que, tras llamar al interfono y sin llegar a identificarse, me pidió que me asomara al balcón. Automáticamente, aún sin ver su rostro, oculto tras la oscura visera, supe quien era: ¡Casiano! Había regresado a las Islas, dejando parte de su vida en Alemania: una ex-mujer, madrileña para más señas (la lógica de la vida es aplastante) y un hijo.

Dados sus conocimientos del idioma alemán, había conseguido trabajo de recepcionista en un hotel del sur de la isla. Vivía, en aquella época, con una muchacha extranjera (creo recordar que se llamaba Crista) en el Complejo Residencial Tiuna, en Las Caletillas, y llegamos a salir juntos a comer en alguna ocasión e incluso, tiempo más tarde, realizamos una excursión al Teide, de la que guardo alguna foto suya con mi hija Laura sobre los hombros, aunque ahora mismo, no sé dónde (prometo buscarla e incluirla en esta entrada)... Ahora que lo pienso... me da que, por aquellas fechas, Casiano ya tenía una pareja diferente.


Tal cual llegó, volvió a desaparecer de nuestras vidas, hasta que, cierto día, hurgando en Facebook, atiné a escribir su nombre y apellidos, y ante mi sorpresa, apareció un enlace. Envíe un mensaje identificándome y preguntando si era el Casiano que yo conocía (coincidirán conmigo en que no es un nombre habitual) y... ¡bingo!... respondió de inmediato, citándome en el aeropuerto de Los Rodeos a la mañana siguiente, porque, el mundo laboral había vuelto a torcerse para él y no tenía más remedio que regresar a Alemania.

¡Qué puntería! pensé. Qué cosas moverá uno en otros planos sin saberlo.


Allí acudimos Maki y yo (al aeropuerto, no a otros planos) para recibirlo y despedirlo a la vez. No me resulto difícil reconocerlo; apenas había cambiado con el paso de los años. Se encontraba acompañado por su madre y su hermana, y compartimos con ellos unos agradables minutos de nostálgica charla, hasta que, la llamada de embarque, con su timbre metálico nos llevó a ese último abrazo de la despedida.

Y lo que son las cosas, ahora, tan lejos el uno del otro, gracias a este invento de la red de redes, aunque vitualmente, seguimos en contacto.

Miguel Ángel G. Yanes

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