9/12/11

EL ACHILLE LAURO

De niño me enamoré de un barco. Sí, de un barco azul, precioso, diferente, con una elegante estampa marinera rematada por dos chimeneas gemelas, también azules, adornadas por sendas estrellas blancas de cinco puntas: Era el Achille Lauro, la joya de la corona de una naviera italiana denominada Flotta Lauro, que, en aquellos años (hablo de finales de los 60) realizaba cruceros por el Atlántico, teniendo Southampton como base, por lo que solía atracar con cierta frecuencia en el puerto de Santa Cruz de Tenerife.


Este buque (en principio llamado Willem Ruys) y sobre el que siempre pesó una especie de maldición debida a sus múltiples percances, fue construido en 1946 para la Royal Rotterdam Lloyd; desplazaba 21.110 t. de registro bruto, y con sus 192 m. de eslora y 25 m. de manga, poseía 6 motores diésel que le proporcionaban una velocidad de 22 nudos.

Después de cubrir, desde su botadura en 1947, la línea que unía Holanda con Indonesia, y posteriormente la de Nueva York, fue adquirido en 1964 por el armador napolitano que le daría su mismo nombre: Achille Lauro, quien lo envía a los astilleros de Palermo para su restauración, pero el 29 de agosto de 1965 sufre un aparatoso incendio, obligando a transformarlo y modernizarlo en su totalidad. Fue pintado con el color azul caraterístico de la compañía y se sustituyeron sus dos antiguas chimeneas por otras de diseño, lo que le daría su inconfundible seña de identidad.

Volvió a navegar en 1966, pero tras 5 años de servicio sin incidencias, colisiona en 1971 con un pesquero cerca de Nápoles, falleciendo un pescador en el accidente. Sufre un segundo incendio en el puerto de Génova (1972) que produce una serie de heridos entre obreros y  bomberos. Este nuevo incidente retrasaría varios meses su salida del astillero.

Ya en 1975, navegando por el Mediterráneo, colisionó, en la entrada del Estrecho de los Dardanelos (Turquía) con el pequeño mercante libanés Yousef, ocasionando el hundimiento del mismo y la desaparición de cuatro miembros de su tripulación. Fue en el año 1981 cuando volvió a padecer un nuevo incendio, lo que lo obligó a efectuar una arribada forzosa en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, atracando en el mismo con dos tripulantes fallecidos.

1982 fue crítico para este buque. Llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife en el mes de enero y tuvo que permanecer amarrado durante todo el año, a raíz de una serie de embargos que pesaban sobre él y que la compañía, que atravesaba graves problemas financieros en esa época, no lograba solventar. Hasta que un buen día, pagadas todas las deudas, en gran parte con el apoyo económico del gobierno italiano, volvió a zarpar rumbo a Génova para no regresar nunca más a las islas. Los "chicharreros" que, tras tantos meses de estancia nos habíamos acostumbrado a él como si fuera "cosa nostra", añoraremos siempre la belleza de "la sua stampa".

Posteriormente, el Achille Lauro se mantuvo efectuando cruceros por el Mediterráneo hasta que, en octubre de 1985, en un viaje entre Alejandría y Port Said, fue secuestrado por miembros del Frente de Liberación Palestino para forzar la excarcelación de 50 compañeros detenidos, pero tras varios días de negociaciones infructuosas y el asesinato de uno de los pasajeros, lograron abandonar el barco y huir. Existe una película sobre este hecho titulada "El viaje del terror", rodada, como no, a bordo del mismo, en la que se narra el suceso con todo lujo de detalles.

Al quebrar la naviera y tras el fallecimiento de su fundador, el buque homónimo fue vendido a la Mediterraneam Shiphing Company en 1987, siendo rebautizado como StarLauro Cruises y dedicándolo a efectuar cruceros por el Oceáno Índico.

Nunca más volví a verlo, salvo por televisión, cuando nos mostraron las imágenes de su incendió (el 4º), acaecido frente a las costas de Somalia el 30 noviembre de 1994, lo que, sin los medios ni los apoyos suficientes, provocaría su hundimiento dos días más tarde. Por fortuna, diversos barcos; el primero de ellos el petrolero de bandera panameña Hawaiian King, y posteriormente un mercante griego y otro  liberiano, acudieron en auxilio de los naúfragos (casi 1.000 entre tripulantes y pasajeros) dándose la circunstancia de que los dos únicos fallecidos, lo fueron por problemas cardiacos. Los supervivientes fueron desembarcados en Mombassa (Kenia) y en las Islas Seychelles.

Pareció que a nadie interesara salvar aquella joya de la navegación, por lo que siempre me quedó la sospecha de si no sería una treta de los armadores que, al hilo de la leyenda negra que sobre él se cernía, aprovecharan para, cobrando el seguro, deshacerse de un navío ya poco rentable y anticuado, aunque... ¡bello como pocos! 


Miguel Ángel G. Yanes

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