17/5/11

CANARIOS, BALEARES Y CONQUENSES

Canarios, baleares y conquenses del 4º reemplazo de 1976, pertenecientes a la 1ª Compañía del Centro de Instrucción de Reclutas nº 8 de Rabasa (Alicante)... atentos, a ver si consiguen encontrarse en esta foto de "época".


Pinchando sobre la fotografía la pueden agrandar.

Y ahora voy a contar cómo fue esta historia:

Los canarios llegamos antes que nadie, en los primeros días de octubre de 1976. Sólo estaban los mandos y los instructores; estos últimos eran soldados veteranos que habían quedado adscritos al CIR para enseñarnos a marcar el paso, saludar, manejar los "chopos" (fusiles marca CETME, con culata de madera y unos 5 kg. de peso) arrastrarnos por aquellos andurriales y no sé cuantas zarandajas más.


No consigo recordar la capacidad de alojamiento que tenía el campamento en aquella época, ni el número de compañías que lo componían, pero sí sé que a los canarios, que veníamos hechos polvo, después de viajar en aviones de carga, en trenes insalubres y en traqueteantes camiones, nos metieron de cabeza en la 1ª Compañía, el sitio más cutre que había visto en mi vida: un barracón que databa de 1898, con unos estrechos ventanucos pegados al techo, literas metálicas de tres pisos y carente hasta de taquillas. Había que enganchar el petate al cabecero de la cama con la famosa anilla y el candado. No vean que odisea, cada vez que había que coger algo. La Compañía tampoco estaba dotada de duchas, apenas unos pocos lavabos y retretes, a todas luces insuficientes, máxime cuando, al par de días, llegaron baleares y conquenses.


Pues así, incómodos, abigarrados, sucios (en pleno otoño había aún restricciones de agua, y sólo nos permitían bañarnos una vez por semana en las duchas del batallón) y obedeciendo órdenes a tutiplén pasaron los meses de instrucción. Y no digamos nada de los "elefantiásicos mosquitos piraña"* que nocturnamente nos acribillaban. Aunque, las huellas del ataque aparecían en toda su magnitud al amanecer, tras el toque de diana; cuando nos mirábamos aterrados los unos a los otros y apenas nos reconocíamos: labios, carrillos, párpados, orejas... hinchados y deformados más allá de lo imaginable. 

Al cuarto día, finalizada la jornada "laboral", mi amigo Lalo (q.e.p.d.) me pidió que lo acompañara hasta las cabinas telefónicas, que se hallaban cerca de la entrada. Lo que vimos por el camino nos encrespó los ánimos. Los edificios de las compañías asignadas a madrileños, catalanes, vascos... eran una verdadera pasada: novísimas algunas, incluso de dos plantas, bien ventiladas (fíjense en las ventanas de la que se ve en la foto... y ésa no era de las mejores) convenientemente iluminadas, con taquillas individuales, excelentes baños e incluso con sala de recreo: billar, futbolín, juegos de mesa... No nos lo podíamos creer. Nosotros, los primeros en llegar, vivíamos como los antiguos esclavos de las plantaciones algodoneras, y sin embargo otros, rayaban en el lujo. Lo comentamos con el resto de compañeros, y estuvimos de acuerdo, casi todos, en que habíamos sufrido un trato discriminatorio. Pero, como nunca falta un roto para un descosido, se elevó una voz que dijo:

- No podemos quejarnos. La Biblia dice bien claro que los últimos serán los primeros.

Y entonces, fue cuando se me escapó aquello de: 

- "Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho. Ahora si que estamos jodidos."

Esas palabras subrayarían mi nombre en rojo para siempre, porque, en la mili, "Radio Macuto" funciona que da miedo.

Me reafirmé en mi aseveración cuando, el primer domingo tras nuestra llegada, formados ya para asistir a la misa de campaña, haciendo gala el ejército de un incipiente aperturismo, la voz cascada de un sargento tronó diciendo:

- ¡Atención! Los que no estén interesados en asistir a la santa misa, que den un paso al frente.

Hubo cuatro ingenuos que dieron ese paso; lo que, ciertamente, los eximió de aguantar a pie firme y bajo un riguroso sol de otoño,  aquella matutina ceremonia; pero, como contrapartida, los obligaron a cambiar la ropa de paseo por la de faena, y mientras el resto de compañeros disfrutábamos de la primera jornada libre, ellos se hartaron de fregar cubiertos, vasos, platos, sartenes, calderos, cucharones...

A partir de ese día, todos asistimos a misa, sin excepción. Pero, como amores a la fuerza, dejan de ser amores, si quedaban rescoldos de religiosidad en algunos, terminaron apagándose en la mili.

(*) Esta frase se la he cogido prestada a Forges, porque no he encontrado otra que definiera mejor a aquellos monstruos.

Miguel Ángel G. Yanes

3 comentarios:

  1. yo soy de jaen y por aquel entonces estaba en la central de telefonos , saludos.

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  2. estuvisteis en el cir 8 rabasa alicante

    https://www.facebook.com/groups/918270791523246/

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  3. Yo estuve allí entre julio de 1977 y septiembre de 1978. En aquella época había 12 compañias y cada una de ellas tenía algo menos de 200 reclutas. En resumidas cuentas, unos 2.400 en total. Un saludo a todos.

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