22/11/09

A MANUEL DE LOS REYES PEÑA SIVERIO, IN MEMORIAM

Hoy he perdido a uno de mis mejores amigos. Un hombre íntegro, un artista al que nunca le sonrió la suerte. Nació pobre, vivió pobre y murió pobre en una aséptica habitación de hospital. Tenía talento, mucho talento, pero nadie le dio jamás una oportunidad. Si en sus años de juventud algún mecenas lo hubiera encaminado, tengo por seguro que habría sido sería un pintor de renombre. Pero no fue así.


"Aquí quedaría bien una foto suya,
pero, lo que son las cosas,
no tengo ninguna."

Poseía una mano única para el dibujo, y sí no, que se lo pregunten a la gente de nuestra época. La mayoría de los tatuajes que lucen fueron dibujados por él. También tenía una facilidad innata para la música y no digamos nada para todo tipo de manualidades; trabajó el cuero, la madera, el metal, haciendo cruces, pulseras, pendientes. Reparó lavadoras, televisores, equipos de música, teléfonos móviles. Eran pocos los aparatos domésticos que se le resistían, pero siempre a base de cáncamos, laborando al tran tran, porque nunca consiguió un puesto de trabajo estable. ¡Miento!… tuvo uno. Allá por los años 70 llegó a ser oficial troquelador en la Litografía Ramírez, hasta que el famoso Santaella arrambló con los cuartos y se fue todo al traste. Y como aquel era un oficio a desaparecer, máxime cuando la única empresa que quedaba activa en ese ramo comenzaba a rescindir plantilla, no tuvo más remedio que demandar empleo como peón en la oficina de marras. Y jamás lo llamaron. Luego vendrían los años más duros, económicamente hablando, hasta los últimos tiempos en que sobrevivían (él y su familia) apenas con una mísera pensión y el poco dinero que sacaban los domingos, vendiendo en el Rastro una serie de objetos que vecinos y amigos les llevaban.



Desde estas líneas quiero pedirle a Israel, su hijo, que guarde su memoria. Que lo recuerde con el respeto y el cariño que merece, como un buen padre que sólo buscaba lo mejor para su hijo, aunque algunas veces no acertara en las formas. Sé que chocaban, como chocan siempre las diferentes generaciones, pero también sé que lo amaba profundamente y que se sentía orgulloso de él, aunque hubiera querido que no abandonara los estudios. Espero que cumplas sus expectativas, y te conviertas en un hombre de bien, como él quería.

Tu padre fue todo un personaje: autodidacta, innovador, casi un ídolo de aquellos años en los que fuimos jóvenes. Sí, aunque no te lo creas, nosotros también fuimos jóvenes; luchamos a brazo partido por un mundo mejor y nos vencieron... casi. Por eso te pido que jamás abandones, que no te rindas nunca, que luches por sacar adelante a tu familia, que protejas a tu hermana (la mayor tristeza de tu padre era no poder verla crecer) y que persigas tus sueños con ahínco, hasta el final. Es algo que le debes.


Miguel Ángel G. Yanes

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