9/10/14

A LA SOMBRA DE LA HIGUERA

A pesar de saber, por boca de las abuelas, que su sombra resultaba desaconsejable (la de la higuera, no la de las abuelas), este ciudadano, en su juventud solía tumbarse a leer bajo una enorme (higuera, que no abuela) que existía (no sé si lo hará aún) en la zona montañosa de Los Campitos.

Apoyada en un semiderruido muro de piedra seca, antaño soporte de un bancal de cultivo, formaba una verdadera cúpula vegetal bajo la que solía cobijarme del sol, y es que la copa de la higuera crece en función de lo que crezcan sus raíces; y allí, donde silencio y soledad enhebraban con su aroma embriagador el paso furtivo de las horas, boca arriba, con la espalda aplastando la hierba amarillenta y seca, y la mirada perdida en los mundos que me abrían las páginas de un libro, disfrutaba de aquella libertad sin límites, leyendo sin medida y sin tregua, hasta que la luz se rendía en mis ojos y me gritaba: ¡basta!

Miguel Ángel G. Yanes

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