5/4/13

LA CASUALIDAD


Hoy me he llevado una tremenda alegría. Paseaba con Maki, mi mujer, por laguneras calles, haciendo fotos a diestra y a siniestra (un vicio que recién he recuperado) cuando, detenido en mitad de la acera, echándole un vistazo a la placa que, en la fachada del Ateneo, honra la memoria de Víctor Zurita; hube de apartarme para cederle el paso a dos mujeres que caminaban juntas.

Los bellos ojos de una de ellas, me resultaron vagamente familiares, y un fugaz destello de los mismos, me hizo pensar que le ocurrió algo parecido conmigo, pero mis neuronas ya no son las que eran, no reaccionan con la misma rapidez de antes, y la memoria no acertó a ubicarla.


Fue Maki, que venía unos pasos más atrás, quién, al escuchar el timbre de su voz, la cazó de inmediato:

- ¡Tere!...

Después del cariñoso abrazo entre ambas, reconocí en su rostro aquella luminosa sonrisa de otros tiempos, y la abracé a mi vez con gran afecto. Hacía muchos años que nuestros pasos no coincidían; de ahí mi alegría.


Tras las preguntas de rigor: salud, parientes, amigos... no pude resistirme a la tentación de inmortalizar el encuentro, y obedeciendo al vicio reencontrado, tirando de cámara, hice un fugaz disparo (¿cuántos ángeles habré matado por el camino?) pero en lugar de mostrarle la actual instantánea, le hice ver otra foto efectuada minutos atrás.


- ¡Es mi casa!.. ¿Cuándo la hiciste? dijo.

- Apenas hace unos instantes. contesté.

- ¿Qué casualidad?

- Pero... ¿tú todavía crees en la casualidad?

Su gesto me hizo ver que no, que sólo se trataba de una forma de hablar.


Ambos tenemos claro que hay un invisible hilo de Ariadna que a todos nos conecta: una mágica urdimbre de la que somos nudos, y que, a veces, alguien dobla para, nuevamente, ponernos en contacto.

Miguel Ángel G. Yanes

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