3/10/11

ORLANDO COVA



He vuelto a perder otro amigo. Es un andancio, como dirían los viejos, que en los últimos tiempos se ha llevado por delante a un nutrido grupo de mi generación: aquellos que nacimos en los años 50 y que aún no alcanzamos la sesentena.

Hoy le ha tocado el turno a Orlando Cova Adrián, prolífico escritor, amigo y "buena gente", nacido en el, antaño pueblo, y hoy barrio pesquero de San Andrés (Santa Cruz de Tenerife) en 1957. Entre sus obras literarias cabe destacar: "Cosas del Lago Rojo", "Nadie contó los días exactos", "Manifiesto", "En las afueras del Balayo"...


La última vez que nos vimos fue un mediodía de verano del pasado año cuando, mi cuñado Paco Brito y yo, nos acercamos a San Andrés para echar una cerveza y unos camarones. En ello estábamos, cuando Paco me señaló con la cabeza a un individuo que se hallaba en la mesa de al lado, diciéndome:

- Lo conozco, pero no recuerdo como se llama. Creo que es escritor.

Y ni corto ni perezoso, se levantó y le preguntó:

- Perdona... ¿tú te llamas Armando?

Y yo, levantándome también y sin darle tiempo a reaccionar, dije:

- ¡Orlando... Orlando Cova!

Sorprendido, se puso también en pie y preguntó:

- ¿Y tú eres...?

- Miguel Ángel Yanes, respondí.

- ¡Amigo!... ¡cuántos años... ! y me abrazó realmente emocionado.



Su deterioro físico era evidente, y lo descuidado de su cabello y de su indumentaria, indicaban que atravesaba por un duro periodo de la vida; aún así, sus neuronas seguían funcionando a la perfección, y aquella energía vital de la juventud, aunque empañada de tristeza, asomaba todavía a sus ojos. Se mostraba dolido con quienes (según él) lo habían dejado en la estacada, y se le arrayaban los ojos al nombarlos.  Sobre todo a una persona muy querida que se negaba a verlo. Ello lastraba, como el plomo, su espíritu.

Hoy, 3 de octubre de 2011, bajo un sol de justicia, hemos acudido a San Andrés, su pueblo natal, para asistir a sus honras fúnebres. A las once y media de la mañana, siguiendo la tradición, como se hacia antaño en todo pueblo, una campana comenzó a doblar, a medida que el ataúd, portado por sus allegados,  avanzaba desde el tanatorio hacia la iglesia. Había olvidado casi ese tañido lúgubre.


Me quedé fuera, cerca de la puerta lateral, escuchando el responso, protegido a la sombra de un laurel de indias; cuando de pronto reparé, de entre la multitud que llenaba la plaza, en una mujer cuyo rostro era el exponente máximo de la tristeza y la desolación. Un dolor infinto estallaba en sus ojos que apenas podían contener el caudal de sus lágrimas.

Terminada la liturgia, la amplia comitiva funeraria de la que formábamos parte, descendió, con el féretro a hombros, por la calle de Avelino Delgado (Pollo de San Andrés) hasta la salida del pueblo, introduciéndolo luego en el vehículo que habría de llevarlo hasta el cementerio de Santa Lastenia para ser incinerado.



No pude reprimirme, y dirigiéndome a aquella mujer solitaria, silenciosa y afligida, intenté consolarla:

- No nos conocemos, pero quiero que sepas que, para los que le quisimos, vivirá siempre aquí, le dije, tocándome en el pecho.

Sólo una palabra: "gracias" brotó de entre sus labios, pero con tanta emoción, que repercutió en el aire tenso del mediodía para alzar, de repente, un vuelo de palomas, que tal vez ayudaron a Orlando a elevarse con ellas, dejando aquí aquel cuerpo vacío, deshabitado, para que fuera pasto de las llamas.



¡Feliz regreso, amigo!

Miguel Ángel G. Yanes


2 comentarios:

  1. "Hace un millón de generaciones
    que atravesamos los desiertos,
    con la gramática
    que,
    en las noches,
    caía de las alturas
    como único alimento
    hasta llegar
    a esta ciudad prometida,
    donde lo único que hemos tenido
    ha sido la esperanza
    derrumbada de un milagro,
    proveniente de la hipócrita piedad
    de unos becerros,
    sin oro
    y sin escrúpulos,
    trajeados
    e impasibles al dolor
    de las manos
    que llenaban sus bolsillos y sus bocas"

    FRAGMENTO DEL POEMA "EXIJO" DEL LIBRO "MANIFIESTO" (2002) DE ORLANDO COVA.

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  2. Gabriel: No hay hipocresía, ni piedad, ni escrúpulos, cuando a uno le parte el corazón perder algún amigo... sólo dolor y una amarga tristeza que la garganta oprime.
    Y ¿sabes? apenas tengo un traje, gris, para el día en que me amortajen; en mi boca palabras que intentan ser poemas y en mis bolsillos tan sólo pañuelos de papel.

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