27/1/10

LA EDUCACIÓN Y LA MAGIA


Educar es un claro intento de mejorar a la humanidad. Ya decía Herbert Baxter Adams que “un profesor trabaja para la eternidad, porque nadie puede predecir donde acabará su influencia”. Y la magia, también llamada ilusionismo o prestidigitación, puede ser un perfecto coadyuvante para esa educación, dando pie al mago, a través de una serie de trucos, de captar la atención del público, de tal manera, que puede crear la ilusión de que algo imposible está ocurriendo, ya sea en plena calle, en un salón o en un escenario.

 
 Herbert Baxter Adams

Cabría preguntarse si esa facultad del mago para captar la atención de los demás, es extrapolable al educador.

Si el profesor tuviera una capacidad de comunicación amena e ilimitada, la capacidad de asombro y de atención del alumno crecería exponencialmente con la suya; por lo que no sería demasiado descabellado pensar que ambas disciplinas, la educación y la magia, podrían complementarse en algunos casos. De hecho, técnicas y principios desarrollados por distintos magos, han demostrado ser de utilidad a la hora de modificar la atención y la conciencia, de enfermos que sufren enfermedades neurodegenerativas, tales como el alzheimer.



Cuando el mago actúa, al efectuar cualquier truco de ilusionismo, no trata de engañar a la vista, sino que trata de engañar al cerebro, porque no le interesa tanto dirigir o desviar la mirada del espectador; lo que le interesa más, en último termino, es dónde se encuentra concentrada su atención. Un espectador puede estar mirando fijamente un juego de magia, pero sin embargo no va a ver el truco, porque a pesar de tener los ojos puestos en él, su atención puede encontrarse localizada en otro lugar.

La educación funciona de una manera similar. Si el profesor es bueno (como se supone que lo ha de ser el mago) sabrá captar la atención del alumno, por muy tediosa y densa, que sea la materia. Para ello habrá de emplear también una serie de trucos, de distinta índole, pero encaminados al mismo fin: lograr el asombro y la satisfacción.

Miguel Ángel G. Yanes

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